martes, 8 de mayo de 2012

La legalización de las drogas:herramienta para combatirlas.


La última Cumbre de las Américas volvió a poner en el tapete de discusión la legalización de las drogas. Lo que ayer planteaban unas pocas voces liberales, hoy se ha ido extendiendo a quienes —ante el fracaso del combate a las drogas iniciado por Nixon hace más de 40 años— lo ven como el único camino que va quedando. Los argumentos son los mismos que Milton Friedman dio hace décadas cuando ya era evidente que las drogas hacían mal a quien las consume.
Es claro que las drogas producen adicción, como el tabaco, y que hacen tanto o más mal que el alcohol en exceso. Pero tal como el mundo desarrollado está logrando bajar el consumo de tabaco sin prohibirlo (a pesar de lo adictivo que es) y aprendió que prohibir el alcohol fue un peor remedio que la enfermedad, es hora de que se reconozca que las drogas se combaten mejor legalizándolas que prohibiéndolas.

La ilegalidad genera un negocio oculto manejado por mafias, que interfiere con la política de los países en que operan, que penetra su justicia, que corrompe sus sociedades y que ha costado la vida de numerosas personas. Sólo en México han muerto en los últimos cinco años 50 mil de ellas. Si se legalizaran las drogas se desarticularían los incentivos para conformar esas mafias.
El legalizar las drogas permitiría controlar su calidad y diferenciar sus marcas, algo que la prohibición impide. Asimismo, la lógica del mercado establecería categorías, como hoy ocurre con el tabaco, relevando las mejores y desplazando las más malas. Su producción estaría sometida al control de las autoridades sanitarias, permitiendo su estandarización. Según un estudio del Cato Institute, el 80% de las muertes relacionadas con drogas se deben precisamente a la falta de acceso a dosis estandarizadas.

Si las drogas fueran legales se liberarían los miles de millones de dólares que hoy se gastan sin ninguna efectividad en controlar la oferta de manera coercitiva, y podrían ser utilizados en prevención, información y rehabilitación de adictos, con una probabilidad de éxito similar a la obtenida en el caso del tabaco, donde se ha logrado reducir el número de fumadores gracias a la conciencia que se ha generado en torno al mal que hace.
Su venta se haría en el comercio establecido, las compañías que las produzcan —así como sus directores y ejecutivos— serían conocidas, y las utilidades que generasen pagarían impuestos, como ocurre con el tabaco y el alcohol. Asimismo, se liberarían las cárceles de miles de personas que están privadas de libertad por delitos relacionados con las drogas, mejorando el combate a la delincuencia y liberando a barrios enteros del flagelo que les significa vivir en medio de un negocio ilegal.
Quienes critican la legalización sostienen que ello implicaría un aumento en el consumo, porque las pondría más al alcance de todos (ya que el precio de las drogas bajaría de forma importante al disminuir fuertemente el riesgo asociado al negocio) y porque su aceptación social sería mayor (lo que haría que más personas se vean inducidas a consumir).
Si bien ambas cosas son valederas, al aumento del consumo inicial se contrapondrían las fuertes sumas de dinero que quedarían disponibles para la prevención y, al mismo tiempo, la sociedad aprendería a convivir con ellas, tal como lo ha hecho con el tabaco y el alcohol, restringiendo su publicidad y poniéndole impuestos específicos. Mal que mal, cuando una conducta se realiza bajo el propio riesgo de cada persona y no se afecta en forma directa a los demás, hay poca justificación para que sea el Estado quien interfiera directamente. Tal como dice John Stuart Mill en “Sobre la Libertad”, el propio riesgo individual no parece razón suficiente para que el Estado intervenga.

Con todo, es posible que en una primera etapa no sea fácil desarticular las mafias, que se resistirán a entregar su negocio. Pero así como terminaron desapareciendo en Estados Unidos cuando se acabó la prohibición del alcohol, lo mismo podría ocurrir ahora legalizando las drogas. Y para que ello sea efectivo no pueden ser sólo las drogas blandas (como la marihuana), sino que deben ser también las duras (como la cocaína).

Pero este es un esfuerzo que sólo puede hacerse de manera global, en muchos países al mismo tiempo, liderados por los más importantes en la cadena de consumo, como Estados Unidos. Pero, sobre todo, debe hacerse con la convicción moral de que la mejor manera de combatir las drogas no es prohibiéndolas, como con tanto dolor nos hemos dado cuenta, sino que legalizándolas. 
Fuente:emol.com

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