lunes, 27 de febrero de 2012

Pinochet era un niño de pecho al lado de Franco.

Los tres últimos testigos del juicio que se sigue en el Tribunal Supremo contra el juez Baltasar Garzón reclamaron este martes que la justicia actúe contra los crímenes del franquismo, después de que representantes de la Memoria Histórica hayan relatado estos días algunos de los más dramáticos episodios que tuvieron que vivir a raíz de las sacas y traslados de sus progenitores, a los que nunca volvieron a ver. “La consigna era que de los rojos no quedase ni rastro y había que hacerlos desaparecer. Era la muerte física además de la desaparición jurídica”. Así lo ha explicado el último testigo en comparecer, Antonio Ontañón Toca, presidente de la asociación Héroes de la República, de Cantabria.
Este testigo, autor del libro Rescatados del olvido, en el que ha plasmado una investigación de 30 años, afirmó que a todas las víctimas se les trató como “desconocidos”. “En aplicación de la consigna de que de los rojos no quedase ni rastro, lo que se hacía en la tapia oeste del cementerio de Ciriego era la ejecución y simultáneamente la desaparición. Los ejecutados, a continuación, eran desaparecidos”, relató Ontañón ante los magistrados del Supremo.
“Una vez celebrados los consejos sumarísimos urgentes y dictadas las condenas”, siguió el testigo, “la fecha de la ejecución se personaba en la prisión el jefe del piquete a las seis de la mañana —las ejecuciones eran a las siete— y el director le entregaba el número de presos a ejecutar. La media de ejecuciones era en torno a los 13 a 16, precisamente la cabida de cada camión, aunque hubo días de 42 ejecuciones”.
“Desde agosto de 1937, el capellán castrense del cementerio de Ciriego, que era también el encargado del registro general, seguía la consigna de que había que desaparecerlos. Al final de cada mes, consignaba el número de ejecutados y la fosa a la que eran arrojados. Las fosas eran zanjas comunes, se cavaban para cada 100 ejecutados. A los cadáveres se les acaldaba, se les echaban paletadas de cal viva y se les distribuía capa a capa, como a los arenques, para que hubiera cabida suficiente. Así hasta que se cubría a unos cien por zanja”, prosiguió Ontañón.
En el salón de plenos se había hecho un silencio impresionante mientras el testigo desgranaba pausadamente sus averiguaciones: “Como mínimo hay 12 zanjas con 100 cadáveres en cada una. A todos ellos se les desconocía. No hay constancia escrita de los nombres de los ejecutados, porque lo previsto era ejecutarlos y desaparecerlos”, terminó Ontañón.
Fuente: elpais.com

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